“El diseño no se puede enseñar, pero se puede aprender”José María Cruz Novillo
El mundo del diseño no es ajeno a la profunda crisis general que estamos viviendo estos años. Sin embargo, creo que los diseñadores tenemos una ventaja objetiva sobre otros sectores, algo que llevamos escrito en nuestro ADN: la obligación de innovar en todos nuestros trabajos, de ser auténticos creadores en cada cosa que hacemos. La Investigación + Desarrollo + Innovación dejó hace mucho tiempo de ser una opción, como bien demuestran los países que lideran el mundo. Es interesante constatar que el mejor diseño europeo proviene de los países más prósperos: Alemania, Suiza, Inglaterra…
La relación entre una industria pujante y una buena cultura de proyecto es indiscutible; o dicho de otra manera: buenos clientes generan buenos diseñadores. Al contrario de lo que sucede en el deporte, donde la genialidad individual de unos cuantos nos ha colocado en la élite mundial, los creadores necesitamos una estructura empresarial sólida, que nos encargue cosas. En esta actividad, todo importa. En ocasiones, los diseñadores resolvemos trabajos complejos con una gran simplificación formal. Esos pocos elementos deben de estar en su sitio, en su lugar milimétricamente exacto: una letra en un logotipo, una pieza en un objeto, un botón en una prenda… Como dice Oscar Tusquets, “Dios lo ve”. Y, además, no hay que copiar.
La relación entre una industria pujante y una buena cultura de proyecto es indiscutible; o dicho de otra manera: buenos clientes generan buenos diseñadores
La ingente cantidad de información de la que hoy disponemos hace que a diario nos crucemos con trabajos fantásticos de otros colegas. Deben ser un estímulo para tratar de ir aún más allá, exprimiendo nuestro propio talento, sin recurrir a los (tan frecuentes) homenajes/copias. En cualquier encargo de branding, el diseño no lo es todo, pero siempre es lo más importante. No nos dejemos confundir por quienes manejan esa palabrería pseudotécnica que en tantas ocasiones trata de ocultar un vacío conceptual en los proyectos con toneladas de retórica hueca. Cuando me asaltan las dudas, yo siempre recuerdo las vinagreras de Marquina, los logos de Paul Rand, los objetos de Dieter Rams, los trajes de Armani, los edificios de Mies…; sé que es un nivel que nunca alcanzaré, pero también sé que diseñar es eso. Buscar la excelencia en nuestra labor personal es hoy un compromiso patriótico.
Desde hace muchos años, la gran mayoría de mis alumnos en la universidad, tanto en Diseño como en Arquitectura, son mujeres. Creo que es un hecho muy positivo, que revela un cambio social radical y profundo que, sin embargo, todavía no ha tenido reflejo en la élite de ambas profesiones.
Buscar la excelencia en nuestra labor personal es hoy un compromiso patriótico
El estereotipo de un diseñador de éxito La relación entre una industria pujante y una buena cultura de proyecto es indiscutible; o dicho de otra manera: buenos clientes generan buenos diseñadores es un varón, con independencia de la rama de la profesión de la que estemos hablando: gráfico, multimedia, de producto, de moda…
Me temo que hasta los profesionales de estas disciplinas tendríamos dificultades para citar a un ramillete de compañeras cuyo reconocimiento sea equiparable al de los hombres que todos tenemos en la cabeza. Y no precisamente por falta de méritos.
El Premio Nacional de Diseño se viene entregando periódicamente desde los años 80, y entre las decenas de premiados solo hay tres mujeres: Pati Núñez, Nani Marquina y Marisa Gallén. Es un hecho que clama al cielo, pero que yo no calificaría de injusto, pues el resto de los premiados lo han sido con todo merecimiento y avalados por largas y brillantes trayectorias. Por lo tanto creo que el problema está más bien en que, hasta ahora, las diseñadoras no han tenido las mismas oportunidades para llegar a lo más alto de este oficio.
No es, evidentemente, un problema que solo suceda en estas actividades, como demuestra de una manera aún más sangrante el olimpo de la alta gastronomía, donde las cocineras son excepción en una actividad históricamente ligada a las mujeres.
No conozco a ningún diseñador que haya sido premiado por otra cosa que no sea su talento creador. No sé si Norman Foster maneja Autocad o si Philippe Starck sabe 3D Max, ni me importa.
Si algo me ha enseñado la experiencia de estos años en el ejercicio de la profesión es que la herramienta utilizada para diseñar es relativamente secundaria. Herramienta entendida en sentido puramente utilitario, claro, pues la verdadera herramienta para diseñar es el cerebro. Si me permiten el ejemplo, sería tan absurdo como pensar que la calidad de ‘Don Quijote’ es debida al tipo de pluma que utilizó Cervantes.
Digo esto porque vengo percibiendo, sobre todo en los últimos años, que en el mundo del diseño empieza a cundir la opinión de que una buena utilización de los programas informáticos garantiza la consecución de un buen resultado. Gasto muchas energías en tratar de convencer a mis alumnos de que alguien que domine Adobe Illustrator puede diseñar un logo espantoso (y mal dibujado, además) y que, sin embargo, con un lápiz y una servilleta de papel se puede llegar a hacer una maravilla. Una vez que se tiene ese dibujo sobre esa servilleta, el ordenador es una herramienta mágica, insustituible. Pero no antes. Puede ser incluso contraproducente, pues, en mi opinión, un proyecto mediocre de presentación informáticamente impecable es mala cosa, ya que no deja al observador la menor duda sobre su mediocridad. No conozco a ningún diseñador que haya sido premiado por otra cosa que no sea su talento creador. No sé si Norman Foster maneja Autocad o si Philippe Starck sabe 3D Max, ni me importa.
En la entrada a la biblioteca de la Escuela de Arquitectura de Madrid rotularon hace unos años una frase del gran Sáenz de Oiza que dice algo así: “Cuando finalice su carrera, un estudiante sólo debe haber aprendido una cosa: qué es arquitectura y qué no es arquitectura”. Una idea que suscribo completamente, aplicada a cualquier actividad creadora, aunque parezca que contradice a Paul Rand cuando dijo “Todo es diseño, todo”. Se trataría, por lo tanto, de conseguir que no llamemos ‘diseño’ al mal diseño. Le he escuchado a mi padre decir que esto es algo que ya han conseguido, por ejemplo, los poetas o filósofos (‘mala poesía’ es una contradicción en sus propios términos), y que está por conseguir en tantas otras actividades (llamamos música a lo que hacen los de ‘Operación Triunfo’ y a lo que hace Bach).
Nadie ha dicho que sea fácil, pero sí creo que los diseñadores debemos tener como referencia a nuestros propios Bach, y hacer, además, una labor casi de proselitismo en la sociedad, que en buena parte nos sigue asociando con aquel “estudias o diseñas” de los últimos años 80 que tanto contribuyó a la frivolización de nuestro oficio. Los diseñadores tenemos la obligación de mostrarnos ante la sociedad con la misma seriedad con la que lo hacen los médicos, los ingenieros o los notarios, y eso pasa necesariamente por mostrar respeto por nuestro propio trabajo.
De ninguna manera pretendo hacer corporativismo, o denunciar intrusismo, pues, para mí, un diseñador es alguien que sabe diseñar (como un escritor es alguien que sabe escribir), con independencia de su formación. Volviendo a Cruz Novillo: “El diseño no se puede enseñar, pero se puede aprender”.
fuente: Makma – Issue #05 «Artes visuales y cultura contemporánea».